Definitivamente Monterrey es una ciudad de novedades. Un antro con temática de la selva, un restaurante de cuatro pisos, un centro comercial con foquitos por todos lados, un cine VIP plus o una exhibición de arte vanguardista - todo se atascará hasta reventar si anteponemos el calificativo “nuevo”. Asistir a estos lugares significa estatus, estar a la moda, o inclusive hasta ser una persona culta.
Ni hablar de las tendencias de moda. La última de la que me enteré fue la de las diademitas y peinetas con plumas “de verdad” y piedras de fantasía. O qué me dicen de los pantalones entubadisisísimos que sólo favorecen a las chavas delgadisisísimas… que NO somos la mayoría.
Existe una gran cantidad de productos y programas de ejercicios para mantenernos saludables. Cuánto tiempo estuvieron de moda las pastillas de nopal para bajar de peso y eliminar “lo que tu cuerpo no necesita” o el pilates y el yoga. Ahora lo nuevo, lo “in”, son las clases de tubo o pole dancing y meter los pies en esas tinas que te quitan las toxinas y las malas vibras que acumulaste en el día.
Si la gente reconoce algo “nuevo”, lo adopta, lo vive, se lo unta, lo exprime, se lo acaba hasta que lo seque y le pierda interés. A final de cuentas, ya surgirá una “nueva novedad” que pasará más rápido que un febrero con 28 días.
La Papa Cachonda
“Otra vez, no podemos encontrar a don Picasso”, aseguró un mesero joven, flaco, tartamudo y con cara de angustia, dirigiéndose al gerente de La Papa Cachonda, lugar de gran tradición en Monterrey, especializado en comensales de poco ingreso y gran apetito.
“Ya buscamos en la bodega, en el patio y hasta en los baños. Los jóvenes de la mesa 15 tienen un rato esperándolo”, siguió lloriqueando el mesero.
“Entonces ve tú y atiéndelos”, bramó el gerente del lugar. El muchacho, ensordecido por el tono de voz de su enérgico jefe y por el agobio de ser novato, corrió torpemente hacia la mesa 15.
Ahí estaba yo, impaciente y con cara de pocos amigos. ¿Por qué? Por el hambre que ya me apretaba el estómago contra las costillas y por la curiosidad de conocer a don Picasso.
“Buenas tardes. Bienvenidos a La Papa Cachonda. Nuestra especialidad del día son los huevos estrellados, con frijoles refritos y totopos para acompañar… Mi nombre es…”
“Ni me lo digas. Venimos mis amigos y yo desde muy lejos para conocer a don Picasso. Nos sentamos en esta mesa precisamente porque queremos que él nos atienda”, interrumpí con saña.
“Es que… es que… no lo encontramos por ninguna parte. Si gustan yo puedo… yo puedo…”, tartamudeó el mesero.
“Claro que no. Esperaremos a don Picasso”, volví a interrumpir, ahora sí, realmente enojada.
Desde la inauguración de La Papa Cachonda, don Picasso no sólo era un mesero: era El Mesero, la principal atracción del lugar. No importaba que el restaurante estuviera a media luz o que las mesas estuvieran oxidadas. Tampoco que la rocola tuviera como novedad música de Los Panchos, Angélica María y Enrique Guzmán. Mucho menos importaba la aberración que servían por comida. Don Picasso era la razón por la cual mucha gente asistía con religiosidad los fines de semana a La Papa Cachonda. Todos querían ver al único e inigualable mesero invisible.
¡Buena vibra para todos!
Derechos Reservados 2009 Diana Robledo
1 comentario:
Se escapo de los cursos de escritura creativa con Felipe Montes.
Buen texto por cierto :D
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