sábado, 7 de marzo de 2009

AYUDA PROFESIONAL


No sabe lo difícil que es mi trabajo. No sabe como ando de estresado todo el día. Imagínese tener que resolverle las broncas a todo mundo. Pues no es tan fácil. Y luego se andan quejando que no los escucho, que no los ayudo, que no los entiendo, que no propongo soluciones... ósea... ¿como se dice?... ah, ya... que no soy proactivo. Muchos que sienten que no los ayudé, simplemente me dan la espalda y jamás vuelven a buscarme, ni siquiera pasan a saludar a mi casa.

¡Ay, doctor!, eso de quedar bien con todo mundo, nada más de pensarlo me duele la cabeza. Para acabarla de amolar, mi trabajo es tan pesado que tengo que soportar que me echen la culpa de todo lo que hacen otros. Yo creo que piensan que soy un titiritero o me metiera en la cabeza de todos o como si les susurrara cómo actuar, como si les estuviera soplando las respuestas de un examen. Pos sí solitos se meten en broncas. Que si La Inquisición, que si La Primera Guerra Mundial, que si el Holocausto, que si los Papas corruptos y los padrecitos pedófilos, que si la Gran Depresión Económica y de humanos, que si el tsunami, que si Carlos Salinas, que si el PRD, que si lo de Tabasco.

Permítame decir una blasfemia contra mí mismo: ¿cuando demonios van a entender que solitos cavan el hoyo? Estos hombrecitos son los autores de sus propias desgracias, los asesinos intelectuales de la naturaleza. ¡Todo yo!

De repente, y todavía con coraje, Dios se levantó de un brinco del diván y se fue corriendo a su oficina, pues había olvidado cerrar la puerta con seguro.

(Escrito hace algunos añitos)
¡Buena vibra para todos!
Derechos Reservados 2009 Diana Robledo

AYER HABLE CON DIOS

Ayer hablé con Dios encarnado en el cuerpo de Miguel Bosé. Es una locura, yo lo sé, pero me gustaría saber si hoy voy a soñar de nuevo con él.

Estábamos en un patio muy grande, sentados cómodamente en unas sillas de jardín, muy tranquilos tomando el sol. Miguel Bosé tenía un traje de terciopelo rojo, así como lo ví en uno de sus conciertos, pero ciertamente su mirada no correspondía a la de un ser humano común. Se veía mucho más flaco de como se ve en la televisión y tenía unas ojeras impresionantes. En el ambiente se respiraba perfume de flores, flores moradas y rosas. Parecía ser el patio de la casa de un pueblo mexicano, por los colores de las columnas tan vivos. Había macetas por todos lados y ramas de distintos árboles, algo de hierba y un calor sofocante que rebotaba en las banquetas de concreto que rodeaban el lugar.

Miguel Bosé y yo estábamos tomando vino barato y en su mano derecha traía un puro enorme, que fumaba muy pausado. No sabía por qué me encontraba con él, pero desde que comenzó a hablar me di cuenta que era Dios.


Recuerdo que me quejé mucho, me queje de mi trabajo (que muchos envidiarían), me quejé de ser tan escéptica en cuanto a mis relaciones afectivas, tan desconfiada. Me queje del calor insoportable de la ciudad y hasta del tráfico y la forma salvaje de manejar de la gente. Miguel Bosé me miraba tranquilo, apacible, como si le estuviera contando una película.

Tal vez hablé un poco de mi familia y de mis hermanos que no me hablan desde hace 5 años. Le conté como me molestaba no ver hacía donde iba con mi trabajo, si algún día realmente “despegaría” o estaba condenada a ser una empleada normal, común y corriente. Sí había elegido bien al quedarme en esta ciudad y no arriesgarme cuando tuve la oportunidad de volar o si en el futuro se me iban a presentar otra oportunidad similar. Le conté que no sabía bien a donde me llevaba mi relación actual, que tenía muchas dudas, pero no porque no lo amará, más bien porque no sabía si íbamos bien o no. Le platiqué que cuando me enamoraba así, prefería portarme un poco fría, como autodefensa contra cualquier cosa mala que pudiera pasar. ¿Y si me engañaba?, ¿y si no me quería con la misma intensidad que yo?, y otros asuntos que prefiero no comentar porque, nada más de pensar, se me revolvía el estómago.

Le conté de mis amigos y de mis amigas, de toda la gente que ya tomó su rumbo (como debía ser). De los casados, de los divorciados, de los que ya hasta hijos tuvieron, y yo... no sabía si me estaba estancando en una etapa y debía pasar a otro nivel en todos los sentidos.

Dios, en el cuerpo de Miguel Bosé, me miraba con la misma serenidad, pero como tratando de analizarme. Recuerdo perfectamente cómo aspiró su puro y comenzó a hablar. Yo sólo podía pensar que eran las palabras que yo necesitaba precisamente en ese momento, pero, al tratar de retenerlas en mi mente, se me colaban como peces de río. Y hasta me puse seria, le dediqué todos mis sentidos, toda mi atención, y nada. Todo lo que yo recibía eran las palabras más sabias jamás pronunciadas, pero, por más que trato de recordarlas en este momento... no puedo. No puedo recordar qué era eso tan importante que me decía. ¿Me estaba regañando?, ¿Me estaba consolando? ¿Me estaba dando la fórmula exacta para ser feliz? ¿Me habría dicho cuando iba a morir? ¿Me estaba revelando la “verdad de la vida”? ¿Me estaría contando de su próximo concierto?

Después de un rato, Dios-Miguel Bosé me llevó a la central de autobuses (no sé si volando, caminando o en taxi) para mandarme a no se qué lugar. Por lo pronto, puedo recordar que estaba muy mortificada porque mi maleta tenía muy poca ropa. Y, aunque trataba de explicarle que no me quería ir aún, me metió casi a la fuerza a un camión con un destino desconocido. Aunque traté de decirle que no podía irme así, no tuve éxito, y hasta le expliqué, en todos los idiomas (porque en este sueño hablaba muchos idiomas), pero no pude darme a entender.

Ya dentro del autobús me quedé muy triste porque creía que podría recordar algo de su plática en el largo camino, que seguramente tendría que viajar, pero no lo conseguí. Al alejarse el camión saqué la cabeza por la ventana y vi cómo Dios-Miguel Bosé se hizo chiquito, señal de que el chofer estaba acelerando y, literalmente, nos fuimos volando de la central. Era algo casi teatral.

Desperté sólo por que mi celular estaba sonando.

Hablar con Dios es una de las cosas más cansadas que existen. De tanta información que recibí de Él, mi cabeza quería estallar. Si en el sueño no pude acordarme que me dijo Dios, tampoco tuve suerte al despertar.

Definitivamente, “la verdad de la vida” nunca la voy a saber. Es una verdadera tristeza tener tan mala memoria. Si alguna vez sueñan con Dios-Miguel Bosé, asegúrense de soñar con una libreta en la mano para poder recordar la conversación, no vaya a ser que se les informe que pronto morirán y no tengan tiempo de arrepentirse de muchas cosas.

¡Buena vibra para todos!

Derechos Reservados 2009 Diana Robledo

LA FERIA

La primera Expo-Tu Robot abre sus puertas a partir de hoy sábado desde las 10 de la mañana. En Expo- Tu Robot encontrarás el más extenso surtido de piezas para tu robo-amigo, robo-marido, robo-sirviente, robo-empleado y, por supuesto, para tu robo-amante.

Gran variedad de accesorios: aceite para tuercas, foquitos para ojos de diferentes colores, antenas de gran alcance, rueditas para los pies, entre otros. Precios inigualables como: corazón de robot, desde $11,999.00; robotitos bebés para que tu robot nunca se sienta solo, desde $19,975.00, y, sólo por mencionar este asunto, un 2x1 en todos los cerebros para robots que albergan más de 15,000 pensamientos.

Y, para todos aquellos primerizos en la adquisición de robots habrá exposiciones y conferencias. El sábado a las 4:00 de la tarde en la sala A, el reconocido científico Aznar Bellípedo presenta la ponencia “Deja para mañana lo que tu robot puede hacer hoy por ti”. A las 5 de la tarde en la sala B, la doctora Atila Tiznada expondrá “¿Por qué el robot se convirtió en el mejor amante para la mujer?”.


Además, pláticas de introducción en el uso de robots durante todo el día y folletos con instrucciones totalmente gratuitos, preguntando por ellos en la puerta principal.

Expo-Tu Robot, ahora en el centro de convenciones más conocido de Monterrey, sólo hoy sábado 10 de diciembre del 2238.

Celebra un 2239 diferente, acompañado del mejor amigo que el hombre jamás ha conocido: El robot...
¡Buena vibra para todos!
Derechos Reservados 2009 Diana Robledo

viernes, 6 de marzo de 2009

ULTIMO TESTIMONIO DE UNA PALABRA MUERTA

Había una vez una palabra no muy larga, pero sí muy orgullosa, que constantemente se comparaba con las demás. Era un mar de adjetivos calificativos para engrandecer su persona: Be-llí-si-ma, glo-rio-sa, mi-se-ri-cor-dio-sa, en-te-ra, entre muchas más. En general, y a pesar de la presunción, era respetada por un grupo muy selecto de palabras, aunque, para las más comunes, era simplemente un dolor de cabeza cada vez que convivían con ella.

Un día, esta palabra fue a visitar a otras para tomar el té, como era su costumbre una vez a la semana. Estas peculiares, pero coloridas reuniones, eran para platicar sobre los últimos acontecimientos mundiales y también, para comentar las noticias sobre las nuevas adquisiciones de El Diccionario de la Real Academia Española, palabras que, de haber sido simples expresiones o modismos entre la gente, ahora se convertían en palabras hechas y derechas con todo y sus dos puntos y una definición completísima.

Como ya mencionamos, a nuestra palabra le encantaba compararse con las demás y críticarlas cada vez que tenía oportunidad. A pesar de que no constaba con tantas sílabas como oto-rri-no-la-rin-gó-lo-go o pa-ra-le-le-pí-pe-do, se sentía mucho más completa que ellas y que otras tantas palabras. En ocasiones, hasta hacía mofa de palabras como in-con-ve-nien-te o pro-ble-má-ti-co, que para ella eran muy complicadas de entender. Ya que cuando las cosas van mal no se necesitan tantas letras para decirlo, desde su humilde punto de vista. Le gustaba hacer menos a los artículos como el, la, los o las, porque pensaba que eran palabras muy dependientes. Solas no podrían existir, siempre tendrían que ir junto a otra, si no, nadie las tomaría en cuenta.

De las palabras largas para denotar algo chiquito, ni hablar; era una constante crítica de su parte hacia pe-que-ñi-si-mo o hacia po-qui-tí-si-mo, pues creía que eran un desperdicio de espacio en los renglones. Era insano tomarse la molestia de escribirlas cuando lo que realmente querían decir era algo tan fácil. Firmemente creía que había conjuntos de palabras a las que siempre les faltaba algo como no te va-yas o no me de-jes, o que otras eran muy estúpidas como yo creía que no eras así o tie-nes que cam-biar.

Esta palabra de la que estamos hablando no sólo se la pasaba criticando a las demás, sino que también se jactaba, con sus amigas, casi de ser perfecta. Esto, obviamente, las llenaba de envidia y resentimiento.

Un día, las demás palabras planearon algo para evitar que siguiera siendo tan pesada y tan pedante. Había una regla importante entre las palabras: a pesar de que podía
n hablar de otras, no podían pronunciarse a sí mismas porque este sonido, ensordecedor para ellas, podría terminar con sus vidas, haciéndolas desaparecer. Fue como se les ocurrió idear un juego especialmente para el objeto de su venganza. Todas la palabras que se reunieron a tomar té esa tarde, se pusieron en un círculo y propusieron lo siguiente: cada una tenía que pronunciar en voz alta el nombre de la palabra que estuviera a su lado derecho y, de repente, sin avisar, cambiar el sentido del juego según las manecillas del reloj, y luego, nuevamente, a la derecha sin advertir a las demás, y así sucesivamente, aumentando poco a poco la velocidad. Era un juego un poco peligroso, una especie de ruleta rusa, pero el truco es que ellas lo tenían bien ensayado y nuestra palabra protagonista, no.


Durante gran parte de la tarde se pudo escuchar, dentro del recinto, en voz muy alta: Des-pre-cio, so-le-dad, hu-mi-lla-ción, luego hacia la izquierda, con-for-mi-dad, me-dio-cri-dad, a-sen-ta-mien-to, luego a la derecha, in-fi-de-li-dad, en-ga-ño, tram-pa, luego a la izquierda, e-go-cen-tris-mo, nar-ci-sis-mo, luego a la derecha... y sin querer, la palabra en cuestión pronunció su propio nombre.

Después, un silencio sepulcral. Finalmente, las palabras ahí reunidas, quedaron satisfechas por haber completado su venganza.

A pesar de lo mal que se habían portado, tuvieron una luz de misericordia y le permitieron pronunciar sus últimas letras. Dicen los que saben que no pueden explicar por qué las palabras sintieron este rayo de bondad después de que deliberadamente, habían creado este plan malévolo.

La palabra pedante, la palabra altiva, la palabra que veía a todas por encima del hombro, habló por última vez. Me-mo-ria, que era la que más recordaba cosas de todas las ahí presentes, transcribió lo que dijo la Palabra en su epitafio algunos años después cuando murió. Este es el último testimonio de una palabra muerta.

“Amigas palabras, sílabas, diptongos, letras, sin importar si son agudas, graves o esdrújulas. Yo sacaba lo mejor de cada una de ustedes, yo hice que se valoraran. Al atacarlas, ustedes se desarrollaron y me desarrollaban. Ahora eso no existirá. Ahora serán humilladas, atacadas, pisoteadas y nunca habrá un sentido de justicia para ustedes mismas. Todo lo que la gente les diga, lo darán por sentado, si pe-que-ñí-si-mo es un desperdicio de espacio, eso será toda su vida, que sabemos que es eterna. Si la piensa que es dependiente, nunca será nadie si no tiene un sustantivo a su lado. Si in-con-ve-nien-te no se valora, entonces las personas pensarán que todo es fácil y habrá un caos mundial. Los no me de-jes, sonarán más en el mundo y se escucharán más patéticos.

Compañeras palabras, yo las exhortaba a ser mejores, a luchar por su lugar en la vida. Que si fui presumida, que si fui pedante, que si me porté mal con ustedes, es simplemente mi naturaleza. Para eso fui creada. Ahora estoy destinada a desaparecer. Y cuando las pronuncien sólo serán argumentos gratuitos, sólo serán una sopa de letras, sólo serán un intento por comunicar algo. ¡Qué tristeza me dan!”

Diciendo esto, la palabra comenzó a borrarse de la reunión y otra cosa increíble paso también. En el gran Diccionario de la Real Academia Española desapareció DIGNIDAD.

¡Buena vibra para todos!

Derechos Reservados 2009 Diana Robledo

LA PAPA CACHONDA


Definitivamente Monterrey es una ciudad de novedades. Un antro con temática de la selva, un restaurante de cuatro pisos, un centro comercial con foquitos por todos lados, un cine VIP plus o una exhibición de arte vanguardista - todo se atascará hasta reventar si anteponemos el calificativo “nuevo”. Asistir a estos lugares significa estatus, estar a la moda, o inclusive hasta ser una persona culta.

Ni hablar de las tendencias de moda. La última de la que me enteré fue la de las diademitas y peinetas con plumas “de verdad” y piedras de fantasía. O qué me dicen de los pantalones entubadisisísimos que sólo favorecen a las chavas delgadisisísimas… que NO somos la mayoría.

Existe una gran cantidad de productos y programas de ejercicios para mantenernos saludables. Cuánto tiempo estuvieron de moda las pastillas de nopal para bajar de peso y eliminar “lo que tu cuerpo no necesita” o el pilates y el yoga. Ahora lo nuevo, lo “in”, son las clases de tubo o pole dancing y meter los pies en esas tinas que te quitan las toxinas y las malas vibras que acumulaste en el día.

Si la gente reconoce algo “nuevo”, lo adopta, lo vive, se lo unta, lo exprime, se lo acaba hasta que lo seque y le pierda interés. A final de cuentas, ya surgirá una “nueva novedad” que pasará más rápido que un febrero con 28 días.

La Papa Cachonda
“Otra vez, no podemos encontrar a don Picasso”, aseguró un mesero joven, flaco, tartamudo y con cara de angustia, dirigiéndose al gerente de La Papa Cachonda, lugar de gran tradición en Monterrey, especializado en comensales de poco ingreso y gran apetito.
“Ya buscamos en la bodega, en el patio y hasta en los baños. Los jóvenes de la mesa 15 tienen un rato esperándolo”, siguió lloriqueando el mesero.

“Entonces ve tú y atiéndelos”, bramó el gerente del lugar. El muchacho, ensordecido por el tono de voz de su enérgico jefe y por el agobio de ser novato, corrió torpemente hacia la mesa 15.

Ahí estaba yo, impaciente y con cara de pocos amigos. ¿Por qué? Por el hambre que ya me apretaba el estómago contra las costillas y por la curiosidad de conocer a don Picasso.

“Buenas tardes. Bienvenidos a La Papa Cachonda. Nuestra especialidad del día son los huevos estrellados, con frijoles refritos y totopos para acompañar… Mi nombre es…”

“Ni me lo digas. Venimos mis amigos y yo desde muy lejos para conocer a don Picasso. Nos sentamos en esta mesa precisamente porque queremos que él nos atienda”, interrumpí con saña.

“Es que… es que… no lo encontramos por ninguna parte. Si gustan yo puedo… yo puedo…”, tartamudeó el mesero.

“Claro que no. Esperaremos a don Picasso”, volví a interrumpir, ahora sí, realmente enojada.

Desde la inauguración de La Papa Cachonda, don Picasso no sólo era un mesero: era El Mesero, la principal atracción del lugar. No importaba que el restaurante estuviera a media luz o que las mesas estuvieran oxidadas. Tampoco que la rocola tuviera como novedad música de Los Panchos, Angélica María y Enrique Guzmán. Mucho menos importaba la aberración que servían por comida. Don Picasso era la razón por la cual mucha gente asistía con religiosidad los fines de semana a La Papa Cachonda. Todos querían ver al único e inigualable mesero invisible.

¡Buena vibra para todos!
Derechos Reservados 2009 Diana Robledo

LA MUERTE EN EL 2012

Me sorprendió la nueva modalidad de muerte que se presentó sin avisar desde el 2012. Y es que estábamos acostumbrados a lo clásico: morir de vejez, morir en un accidente, morir por una enfermedad terminal, morir en un asesinato, morir por una estupidez y hasta morir de amor.

Hasta hace poco, un México unificado celebraba al máximo el Día de Muertos. Podíamos ver afuera de todas las casas de Monterrey los tradicionales altares llenos de colores y olores y, sobre todo, de recuerdos. Ahora eso es pasado. Eso si, recuerdo muy bien el día en que la muerte cambió.

Mi mamá y mis hermanos se llevaron a mi papá a unas pequeñas vacaciones. Éstas consistían en ir de compras a lo que quedaba de la ciudad de San Antonio después de un atentado masivo y un terremoto que ocurrieron el mismo día hace algunos meses. En estos viajes express, mi papá esperaba dormido en el carro mientras todos andaban de tienda en tienda, se aburría escuchando cómo mis hermanas habían regateado olímpicamente en un mercado y se resignaba al ver cómo sus tarjetas de crédito llegaban al tope.


Mi papá era de lo más tradicional. Era un hombre serio, ecuánime, conciliador, responsable en su trabajo y con poco tiempo para ver a la familia. Una vida de sacrificios. Le encantaba leer y jugar ajedrez. Su domingo soñado era aquél en que no tenía que hablar ni ver a nadie, ni tenía que llevar a mi mamá a sus compromisos.

Lo único que me dijeron es que mi papá estaba viendo televisión en el cuarto del hotel cuando sucedió. Se relajó tanto que su alma se pudo haber ido directito al cielo, pero no fue así. Mi mamá lo notó porque al salir del baño lo vio muy pálido y calladito.

El diagnostico fue sorprendente. Era un caso de post-mortem vividus. En éste, el paciente (o “no paciente”, porque ya no se le administran medicinas) está técnicamente muerto, pero su cerebro no lo sabe o no lo puede aceptar. Las extremidades siguen funcionando, aunque por dentro, el proceso de descomposición es inminente. Hay un punto en que los músculos están tan atrofiados que simplemente dejan de funcionar, y el “no-paciente” se queda tieso en la posición en la que se encuentra. Los párpados se entumen y se quedan cerrados. En aproximadamente dos días, el enfermo de post-mortem vividus simplemente se va. Ahí es cuando se produce la muerte, hasta donde la conocíamos. Lo más curioso de todo, es que al “no-paciente” se le avisa que ya está muerto para que lo asimile poco a poco. También se le cumplen, ya en su mortandad, algunos caprichos. La única “ventaja” de esta enfermedad es que la familia tiene la oportunidad de despedirse, avisarle al resto de los familiares y amigos y, sobre todo, resignarse.

Cuando regresaron de San Antonio y vi a mi papá comiendo solo en la sala, sospeché que algo andaba mal. Se le notaba feliz devorando sus tortillas de harina recién hechas con mantequilla y frijoles con chorizo (una bomba para todo aquel que tenga agruras nocturnas como él). Lo que más me sorprendió es que no estaba la familia soltándole la letanía de siempre por cenar tan pesado.

Vi a mi papá tan entusiasmado con la comida que no me hubiera imaginado que estaba muerto, de no ser porque mis hermanas me mandaron llamar para explicarme la situación. Curiosamente, parecía yo la única angustiada.

Aún tengo la imagen de mi papá, aquel día en que la muerte caprichosa cambió de modus operandus. De repente, se quedó como congelado en el tiempo, en la mesa del comedor. Eran las once de la noche. Por fin nadie lo molestaba, ni nadie le pedía dinero. Estaba solo con sus recuerdos y brindando con no sé quién cuando su cabeza cayó pesada sobre el postre.
Al fin lo habían dejado en paz.

¡Buena vibra para todos!

Derechos Reservados 2009 Diana Robledo

Habla por si solo

Habla por si solo